Índice de Masa Corporal: no ayuda a predecir el riesgo metabólico
La obesidad es un factor importante para padecer diabetes tipo 2. De este modo, muchas personas usan el IMC para conocer su estatus ponderal, algo que cada vez con más datos en la mano se revela como una estrategia poco precisa y obsoleta.
Desde hace más de 30 años se viene utilizando el valor ofrecido por el Índice de Masa Corporal (o IMC) para clasificar a las personas en relación a su peso. Su uso no puede ser más sencillo, basta con conocer el peso y la talla de cada uno para obtener un valor dividiendo la primera de las variables por el cuadrado de la segunda (kg/m2) y usar la siguiente clasificación según los criterios de la OMS y de la mayoría de sociedades sanitarias:
- Bajo peso cuando el IMC es menor de 18,5
- Peso normal cuando el IMC está comprendido entre 18,5 y 24,9
- Sobrepeso cuando el IMC está comprendido entre 25 y 29,9
- Obesidad cuando el IMC es superior a 30.
No obstante el IMC ofrece al menos tres aristas que apenas se tienen en cuenta, y por tanto es habitual que el valor que arroja se emplee mal o que se hagan lecturas descontextualizadas. El problema es que más allá de ubicar a cada persona en función de su estatus ponderal, el IMC se emplea con frecuencia para estimar el riesgo de sufrir ciertas enfermedades metabólicas, principalmente sobre el riesgo cardiovascular y de diabetes tipo 2.
El IMC no mide la adiposidad
En primer lugar es preciso tener en cuenta que la obesidad se define como una acumulación anormal o excesiva de tejido adiposo que puede ser perjudicial para la salud. Resulta curioso contrastar que en el caso del IMC no se emplee por ningún lado la variable “cantidad de tejido adiposo”, dando por sentado (mal) que cualquier incremento de peso en la edad adulta se debe al incremento de dicho tejido adiposo.
El IMC no hace diferencias entre géneros (salvo en menores de 20 años)
Al mismo tiempo también hay que considerar que los valores anteriormente expresados y conocidos por la mayor parte de las personas se postularon en su día como válidos para los adultos de más de 20 años y hasta los 65. En este apartado resulta cuando menos extraño el contrastar cómo en los libros de educación secundaria de nuestros escolares abundan los casos en los que tras presentar el IMC, se invita a los alumnos a obtener su propio IMC y de este modo auto catalogarse dentro de las categorías mencionadas. Lo cual supone un auténtico disparate ya que para las edades que van de los 2 a los 20 años se deben utilizar tablas de percentiles del IMC, que además son distintas para cada género (para niños y para niñas). Estas diferencias entre géneros, vuelve a ser curioso, no se tienen en cuenta en los valores generales para los adultos… ¿acaso es lógico que dos personas, una hombre y la otra mujer, que pesen y midan lo mismo, y que por tanto obtengan un mismo valor de IMC, obtengan la misma lectura?
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La evidencia en contra del IMC
Más allá de lo evidente cada vez más publicaciones científicas están poniendo de relieve la poca utilidad, o al menos la imprecisión que implica el uso indiscriminado del IMC. Uno de los de mayor impacto por la importante metodología empleada, concluyó recientemente que:
“Se estima que el uso de las categorías de IMC como principal indicador de salud conlleva la incorrecta clasificación de una cuarta parte de la población, tanto al considerar en el rango de personas cardiometabólicamente sanas a personas que en realidad no deberían tener ese estatus, como cuando considera a personas que no están sanas y que en realidad si lo están, de nuevo, en referencia a su pronóstico cardiometabólico”
- El uso de IMC como medida de la obesidad puede presentar problemas de clasificación errónea que pueden dar lugar a un sesgo importante en la estimación de los efectos relacionados con la obesidad.
- En las personas de edad avanzada el uso habitual del IMC implica asumir una alta proporción de errores a la hora de clasificar tanto los casos de obesidad como de desnutrición en este colectivo (y por tanto se propone usar otras herramientas)
- Es frecuente que un número importante de personas obtengan su IMC a partir de valores de peso y talla que no son los reales y, además, hacer una malinterpretación de sus resultados.
El último de los mazazos contra el IMC se asestó este mismo mes cuando el órgano de difusión de la asociación médica norteamericana se hico eco en un editorial de un estudio que ponía de manifiesto, de nuevo, los errores que implica el uso del IMC en mujeres postmenopáusicas. En ellas, es muy habitual que lecturas de “normopeso” en base a su IMC se atribuyan en realidad a casos que deberían clasificarse como de sobrepeso o incluso de obesidad. El editorial explica, que es posible que una mujer de 65 años conserve el mismo peso que cuando tenía 25; y que en estas circunstancias obtendría el mismo IMC que antaño pasando por alto que durante esos años el porcentaje de masa grasa habrá aumentado con toda probabilidad hasta el punto de cuadruplicar la grasa visceral. Hecho que determina en gran medida el riesgo de padecer enfermedades metabólicas, entre ellas la diabetes. Es más, los autores del estudio concluyeron que el límite de obesidad para las mujeres postmenopáusicas podría situarse en un IMC de 24,9; un valor que tal y como se sabe es el límite superior del normopeso en condiciones generales.